martes, 27 de diciembre de 2016

Cuento de Navidad - Ray Bradbury

El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana los obligaron a dejar el regalo porque excedía el peso máximo por pocas onzas, al igual que el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios. -¿Qué haremos? -Nada, ¿qué podemos hacer? -¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol! La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso. -Ya se me ocurrirá algo -dijo el padre. -¿Qué…? -preguntó el niño. El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer “día”. Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó y dijo: -Quiero mirar por el ojo de buey. -Todavía no -dijo el padre-. Más tarde. -Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos. -Espera un poco -dijo el padre. El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso. -Hijo mío -dijo-, dentro de medía hora será Navidad. -Oh -dijo la madre, consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios. -Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometieron. -Sí, sí. todo eso y mucho más -dijo el padre. -Pero… -empezó a decir la madre. -Sí -dijo el padre-. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto. Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía. -Ya es casi la hora. -¿Me prestas tu reloj? -preguntó el niño. El padre le prestó su reloj. El niño lo sostuvo entre los dedos mientras el resto de la hora se extinguía en el fuego, el silencio y el imperceptible movimiento del cohete. -¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo? -Ven, vamos a verlo -dijo el padre, y tomó al niño de la mano. Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía. -No entiendo. -Ya lo entenderás -dijo el padre-. Hemos llegado. Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces. -Entra, hijo. -Está oscuro. -No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá. Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. El niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar. -Feliz Navidad, hijo -dijo el padre. Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.

viernes, 21 de octubre de 2016

Cuento " Las Huellas Doradas"

Las huellas doradas Martín había vivido gran parte de su vida con intensidad y gozo. De alguna manera su intuición lo había guiado cuando su inteligencia fallaba en mostrarle el mejor camino. Casi todo el tiempo se sentía en paz y feliz; ensombrecía su ánimo, algunas veces, esa sensación de estar demasiado en función de sí mismo. Él había aprendido a hacerse cargo de sí y se amaba suficientemente como para intentar procurarse las mejores cosas. Sabía que hacía todo lo posible para cuidarse de no dañar a los demás, especialmente a aquellos de sus afectos. Quizás por eso le dolían tanto los señalamientos injustos, la envidia de los otros o las acusaciones de egoísta que recogía demasiado frecuentemente de boca de extraños y conocidos. ¿Alcanzaba para darle significado a su vida la búsqueda de su propio placer? ¿Soportaba él mismo definirse como un hedonista centrando su existencia en su satisfacción individual? ¿Cómo armonizar estos sentimientos de goce personal con sus concepciones éticas, con sus creencias religiosas, con todo lo que había aprendido de sus mayores? ¿Qué sentido tenía una vida que sólo se significaba a sí misma? Ese día, más que otros, esos pensamientos lo abrumaron. Quizás debía irse. Partir. Dejar lo que tenía en manos de los otros. Repartir lo cosechado y dejarlo de legado para, aunque sea en ausencia, ser en los demás un buen recuerdo. En otro país, en otro pueblo, en otro lugar, con otra gente podría empezar de nuevo. Una vida diferente, una vida de servicio a los demás, una vida solidaria. Debía tomarse el tiempo de reflexionar sobre su presente y sobre su futuro. Martín puso unas pocas cosas en su mochila y partió en dirección al monte. Le habían contado del silencio de la cima y de cómo la vista del valle fértil ayudaba a poner en orden los pensamientos de quien hasta allí llegaba. En el punto más alto del monte giró para mirar su ciudad quizás por última vez. Atardecía y el poblado se veía hermoso desde allí. - "Por un peso te alquilo el catalejo. " Era la voz de un viejo que apareció desde la nada con un pequeño telescopio plegable entre sus manos y que ahora le ofrecía con una mano mientras con la otra, tendida hacia arriba, reclamaba su moneda. Martín encontró en su bolsillo la moneda buscada y se la dio al viejo, que desplegó el catalejo y se lo alcanzó. Después de un rato de mirar consiguió ubicar su barrio, la plaza y hasta la escuela frente a ella. Algo le llamó la atención. Un punto dorado brillaba intensamente en el patio del antiguo edificio. Martín separó sus ojos del lente, parpadeó algunas veces y volvió a mirar. El punto dorado seguía allí. - "¡Qué raro!", exclamó Martín sin darse cuenta de que hablaba en voz alta. - "¿Qué es lo raro?", preguntó el viejo. - "El punto brillante", dijo Martín, "ahí en el patio de la escuela", siguió, alcanzándole al viejo el telescopio para que viera lo que él veía. - "Son huellas", dijo el anciano. - "¿Qué huellas?", preguntó Martín. - "¿Te acuerdas de aquel día...? Debías tener siete años; tu amigo de la infancia, Javier, lloraba desconsolado en ese patio de la escuela. Su madre le había dado unas monedas para comprar un lápiz para el primer día de clases. Él había perdido el dinero y lloraba a mares", contestó el viejo. Y después de una pausa siguió: - "¿Te acuerdas de lo que hiciste? Tenías un lápiz nuevecito que estrenarías ese día. Te arrimaste al portón de entrada y cortaste el lápiz en dos partes iguales, sacaste punta a la mitad cortada y le diste el nuevo lápiz a Javier." - "No me acordaba", dijo Martín. "Pero eso ¿qué tiene que ver con el punto brillante?" - "Javier nunca olvidó ese gesto y ese recuerdo se volvió importante en su vida." - "¿Y?" - "Hay acciones en la vida de uno que dejan huellas en la vida de otros", explicó el viejo, "las acciones que contribuyen al desarrollo de los demás quedan marcadas como huellas doradas." Volvió a mirar por el telescopio y vio otro punto brillante en la vereda a la salida del colegio. - "Ese es el día que saliste a defender a Pancho, ¿te acuerdas? Volviste a casa con un ojo morado y un bolsillo del guardapolvo arrancado." Martín miraba la ciudad. - "Ese que está ahí en el centro", siguió el viejo, "es el trabajo que le conseguiste a Don Pedro cuando lo despidieron de la fábrica...y el otro, el de la derecha, es la huella de aquella vez que juntaste el dinero que hacía falta para la operación del hijo de Ramírez... las huellas esas que salen a la izquierda son de cuando volviste del viaje porque la madre de tu amigo Juan había muerto y quisiste estar con él." Apartó la vista del telescopio y, sin necesidad de él, empezó a ver cómo miles de puntos dorados aparecían desparramados por toda la ciudad. Al terminar de ocultarse el sol, todo el pueblo parecía iluminado por sus huellas doradas.

viernes, 15 de abril de 2016

Cómo conectarnos con el poder de la oración Juanita

El Àrbol confundido

Había una vez, algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos. Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste. El pobre tenía un problema: "No sabía quién era." "Lo que te falta es concentración", le decía el manzano, "si realmente lo intentas, podrás tener sabrosas manzanas. ¿Ve que fácil es?" - No lo escuches, exigía el rosal. Es más sencillo tener rosas y "¿Ves que bellas son?" Y el árbol desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado. Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó: - No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución. No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas. Sé tu mismo, conócete, y para lograrlo, escucha tu voz interior. Y dicho esto, el búho desapareció. - ¿Mi voz interior...? ¿Ser yo mismo...? ¿Conocerme...?, se preguntaba el árbol desesperado, cuándo de pronto, comprendió. Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole: - Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje... Tienes una misión "Cúmplela". Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado. Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz. Y tú... ¿dejas crecer el roble que hay en ti? En la vida, todos tienen un destino que cumplir, un espacio que llenar. No permitas que nada ni nadie te impida conocer y compartir la maravillosa esencia de tu ser.

La Montaña y el Abismo

Le dijo una vez la montaña al abismo: Yo, desde mis majestuosas cumbres tengo al mundo a mis pies. Contemplo los mas bellos amaneceres y los mas estremecedores crepusculos, la luz de la luna acaricia mi cuerpo y me siento parte de las estrellas porque casi puedo tocarlas. Es tan grande mi presencia que casi puedo sentir que toco a Dios. ?Y t?, insignificante abismo, qu? haces all? abajo? El abismo le contesto: Te sostengo. -Anonimo-

viernes, 8 de abril de 2016

Un bizcochuelo para tí - Cuento

Un niñito le contaba a su abuelita que todo iba mal: la escuela,problemas con la familia, enfermedades. Entretanto, su abuela confeccionaba un bizcochuelo Después de escucharlo, la abuelita le dice: "¿Quieres una merienda?",a lo cual el niño le contesta "Claro que sí." Toma, aquí tienes un poco de aceite de cocinar." "Yuck" dice el niño. "Que te parecen un par de huevos crudos?" "ARRR, abuela!" "¿Entonces prefieres un poco de harina de trigo, o tal vez un poco de levadura?" "Abuela, te has vuelto loca, todo eso sabe horrible! "A lo que la abuela le responde: "Sí, todas esas cosas parecen horribles si las ves cada una aparte. Pero si las pones juntas en la forma adecuada hacen un maravilloso y delicioso bizcocho. Dios trabaja de la misma forma. Muchas veces nos preguntamos por qué nos permite andar caminos y afrontar situaciones tan difíciles. Pero Dios sabe que cuando Él pone esas cosas en Su orden divino todo obra para bien! Solamente tenemos que confiar en Él y a la larga todos juntos serán algo maravilloso. ¡Dios es loco contigo!. Si Dios tuviera una nevera, pondría tu retrato en la puerta! Si tuviera una billetera, tu foto estaría allí. Te envía flores cada primavera y el sol sale para tí cada mañana. Cuando quieres hablar, Él está te está escuchando. Puede vivir en cualquier parte del universo y ha escogido vivir en tu corazón. Y qué te parece el regalo de Navidad que te envió a Belén. Y ni hablar del viernes aquel en el Calvario y el domingo de Resurrección. Créelo, es loco contigo. Te ama de verdad. Envíale este mensaje a personas que tu aprecies de verdad. Cada comienzo tiene su origen cuando termina otro comienzo. Créelo

La Carrera de bicicletas - Paulo Cohelo

La vida es como una importante carrera de bicicletas cuya meta es cumplir con la "Leyenda Personal". En la largada, estamos juntos compartiendo camaradería y entusiasmo. Pero,a medida que la carrera se desenvuelve,la alegria inicial cede su lugar a los verdaderos desafios; el cansancio, la monotonía, las dudas sobre la propia capacidad. Reparamos en que algunos desistieron del desafío: todavía están corriendo, pero nada más que porque no pueden parar en el medio de una calle. Ellos son numerosos, pedalean al lado del auto de apoyo, conversan entre si y cumplen una obligación. Terminamos por distanciarnos y , entonces, nos vemos forzados a enfrentar la soledad y las sorpresas, tales como las curvas desconocidas o los problemas con la bicicleta. Y, al cabo de algún tiempo, comenzamos a preguntarnos si vale la pena tanto esfuerzo. Vale la pena. Se trata de no desistir Suceda lo que suceda en tu vida, no desistas... sigue avanzando... nunca bajes los brazos... siempre en alguna curva encontrarás el sol de nuevo y sentirás tus piernas fuertes y con ganas de seguir andando. El dolor pasa y lo más importante es seguir y retener entre los brazos lo mejor de la vida... y volver a abrirlos con la esperanza de saber que en el camino no hay sólo piedras también hay rosas que están esperando que nos maravillemos ante su presencia.

martes, 15 de marzo de 2016

Reflexiones de Semana Santa

En la Semana Santa conmemoramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Para los cristianos, la Semana Santa resume el misterio de la redención divina del género humano. La liturgia de la semana está enmarcada en la conmemoración de tres eventos principales: 1) la aclamación de Jesús a su entrada en Jerusalén – que se celebra el Domingo de Ramos-, 2) la Pasión y Muerte de Jesús -que celebramos desde el jueves en la noche, pero, sobre todo, el Viernes Santo- y 3) la Resurrección, que celebramos el Domingo de Pascua. Esta conmemoración nos invita a todos -incluso a los no cristianos- a profundas reflexiones sobre el sentido de nuestra vida y de cómo debemos vivirla. Y en esa reflexión, Jesús se presenta como el ejemplo por excelencia. Todos tenemos una misión en la vida. Como madre o padre, como hijo o hija, tía, abuelo, trabajador, estudiante, profesional, ministro, líder comunitario, sacerdote, religioso… lo que sea. Cada uno puede tener una misión distinta en la vida, pero el denominador común es que todos estamos llamados a cumplirla haciendo el bien a los demás y respetando nuestros valores. Jesús llevó a cabo su misión y nos invita a que nosotros hagamos lo mismo. Tenemos que perseverar y llevar a cabo nuestra misión a pesar de las adversidades. A veces nos cansamos, nos desanimamos, nos desilusionamos ante la crítica de los demás. Pero Jesús nos enseña que tenemos que sobreponernos a las adversidades y seguir adelante. A veces aquellos a quienes más amamos no entienden, nos hieren o nos traicionan. Eso le pasó a Jesús: el Domingo de Ramos lo aclamaron y el Viernes Santo le crucificaron. Pero, ¿qué hizo Él? Perdonó a todos y siguió adelante con su misión. Jesús nos invita a que nosotros hagamos lo mismo. Finalmente, si cumplimos nuestra misión obtendremos nuestra recompensa. Jesús cumplió su misión y con su Resurrección el Domingo de Pascua logró redimirnos a todos para la vida eterna. El buen padre y la buena madre que cumplen su misión de educar bien a sus hijos reciben su recompensa cuando ven a esos hijos e hijas convertirse en hombres y mujeres de bien. El buen estudiante recibe su recompensa cuando sale bien en sus estudios y echa adelante. El buen trabajador recibe su recompensa no solo con su jornal semanal sino con la contribución que hace a diario hacia a sus compañeros y en su lugar de trabajo. El ministro o el líder comunitario que cumplen su misión reciben su recompensa en la contribución que hacen a que todos vivamos en una mejor sociedad. Los religiosos en la vida consagrada, sacerdotes de comunidades y clero diocesano que cumplen su misión de evangelizar ya sea en las mismas fronteras personales o yendo a las periferias reciben su recompensa cuando esa llama llega a su corazón, se van transformando y se va extendiendo a más personas. Todos, cristianos y no cristianos, bien sea en el templo o compartiendo en familia, podemos y debemos sacarle provecho a estas enseñanzas que hace dos mil años Jesús nos dejó de manera tan amorosa y sacrificada aquella primera Semana Santa. - See more at: http://www.javerianacali.edu.co/reflexiones-de-semana-santa#sthash.V1R7cYyB.dpuf

Y dónde escondieron la felicidad?

Un poco antes de que la humanidad existiera, se reunieron varios duendes para hacer una travesura. Uno de ellos dijo: "Debemos quitarles algo, pero, ¿qué les quitamos?". Después de mucho pensar uno dijo: "¡Ya sé!, vamos a quitarles la felicidad, pero el problema va a ser dónde esconderla para que no la puedan encontrar". Propuso el primero: "Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo", a lo que inmediatamente repuso otro: "no, recuerda que tienen fuerza, alguna vez alguien puede subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos sabrán donde está". Luego propuso otro: "Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar", y otro contestó: "No, recuerda que tienen curiosidad, alguna vez alguien construirá algún aparato para poder bajar y entonces la encontrará". Uno más dijo: "Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra". Y le dijeron: "No, recuerda que les dimos inteligencia, y un día alguien va a construir una nave en la que pueda viajar a otros planetas y la va a descubrir, y entonces todos tendrán felicidad". El último de ellos era un duende que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás duendes. Analizó cada una de ellas y entonces dijo: "Creo saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren". Todos voltearon asombrados y preguntaron al unísono: "¿Dónde?". El duende respondió: "La esconderemos dentro de ellos mismos, estarán tan ocupados buscándola fuera, que nunca la encontrarán". Todos estuvieron de acuerdo y desde entonces ha sido así: el hombre se pasa la vida buscando la felicidad sin saber que la trae consigo.